Pequeño pero de gran corazón y más grande fortaleza, el Padre Migue González nace en León, estudia en Guadalajara (España) pero se ordena en Centroamérica. Miguel llega muy joven a El Salvador y Nicaragua. Allí, rondando los años 50’s, tiene contacto directo con la problemática social severa de la región. Frente a esa realidad, sueña con un gran movimiento social apostólico laical. Le pesan y le duelen toda esa pobreza y necesidad que palpa en América. Y de ahí es trasladado a Cuba, hasta que es echado por Fidel Castro. Es allí, y tras esta situación conflictiva de la Iglesia en Cuba, que lo destinan en Caracas, Venezuela.
Miguel era profesor de Lengua, por tanto comienza a dar clases en el Colegio Salesiano del barrio de Altamira, coqueto lugar en pleno centro de Caracas, cerca de la Plaza Francia. Sus superiores le asignan la tarea de poner la piedra fundacional del templo San Juan Bosco, el cual había que construir, pegado al colegio. El Padre Miguel piensa como resolver esa enorme tarea, y arranca convocando a las mamás de ese colegio. Carismático absoluto, logra captar la atención de una buena cantidad de ellas que, predispuestas, se lanzan a organizar verbenas y todo tipo de encuentros que ayudaran a recaudar fondos. El contexto social ayuda, Venezuela es en esa década de 1960 una nación pródiga. Por tercera vez se coloca la piedra fundacional, y esta parece ser la definitiva. La gente, cuando ve la construcción del templo, este perfil del Padre Miguel, estas verbenas, estas mamás entusiasmadas, este nuevo dinamismo lleno de alegría, empieza a donar metros cuadrados de construcción. Por ello, el templo llega a ser de una belleza y de un tamaño superlativo.
Se cuenta que para una de esas verbenas, el Padre Miguel se propuso traer a Cantinflas. Esto provocó estupor, puesto que las pretensiones económicas del actor eran elevadas. El evento sucedió, fue un logro, asistió Cantinflas, y todos terminaron beneficiados. Incansable luchador, el Padre Miguel logró finalmente construir ese templo majestuoso.